13 junio 2017

Hacia una lectura transaccional. María E. Dubois


Loise Rosenblatt (1904-2005)

Hacia una lectura transaccional  

María Eugenia Dubois 



No es ninguna novedad afirmar que una considerable cantidad de estudiantes ingresa a los liceos y universidades con grandes carencias en lo que respecta a la comprensión de la lectura y también a la expresión escrita. El bajo rendimiento estudiantil está asociado, sin ninguna duda, al hecho de que los alumnos no comprenden los textos que leen ni escriben con la suficiente coherencia y corrección a la hora de desarrollar un tema. Se discute mucho desde hace años sobre el particular, todos los profesores muestran gran preocupación ante el problema, pero éste no sólo no parece encontrar una vía de solución sino que amenaza profundizarse cada vez más. 


Se hace necesario entonces revisar las nuevas teorías sobre lectura para ver si se encuentra en ellas alguna guía que permita orientar de manera más exitosa la gestión docente, por lo menos en esa área. 


Se ha de tomar aquí como ejemplo para ese análisis la concepción más reciente, la teoría transaccional de Louise Rosenblatt. Hay tres puntos en está teoría que merecen destacarse por las posibles consecuencias pedagógicas que pudieran derivarse de ellos. El primero se refiere a la concepción misma de “transacción”, el segundo a la “atención selectiva” y el tercero al “problema de la intención”. Se tratarán brevemente cada uno de estos puntos, luego se harán algunas reflexiones en torno a lo que se puede inferir de ellos para el quehacer pedagógico. 


Rosenblatt, basándose en la obra de Dewey y Bentley Corntley, sustituye el término “interacción”, para referirse a la relación entre el lector y el texto, por el de “transacción”, considerando que el primero está ligado al modelo mecanicista de la física clásica y, por consiguiente, contiene la idea de separación entre sujeto y objeto. Transacción, en cambio, designa un tipo de relación en la cual “cada elemento o parte es visto como los aspectos o fases de una situación total”. 


Está transacción define para Rosenblatt no sólo el acto de lectura, sino también el de escritura. El primero es un suceso particular en el tiempo que reúne un lector y un texto particular en circunstancias también particulares. En el proceso de transacción lector y texto son mutuamente dependientes y de su interpenetración recíproca surge el sentido de la lectura. En cuanto a la escritura es también “un suceso en el tiempo, que ocurre en un momento particular en la biografía del escritor, en circunstancias particulares, bajo presiones particulares, tanto externas como internas”. En suma, tanto el lector como el escritor transactúan, no sólo con el objeto de la transacción –el texto que está siendo leído o producido– sino también con el medio cultural, social y personal. 


Un segundo punto a destacar es el énfasis que pone Rosenblatt sobre la forma en que los factores sociales y personales entran en la situación de lectura para condicionar la selección de la atención. “El lector trae al texto la 'suma' internalizada, la acumulación o memoria de pasados encuentros internos, orgánicos con el lenguaje y el mundo. En la lectura, las palabras del texto se puede decir que transactúan con elementos de la memoria que excitan estados internos ligados a las palabras, estados que rodean no solamente los referentes públicos u objetos a los cuales apuntan los símbolos verbales, sino también los aspectos personales, sensitivos, afectivos, imaginativos y asociativos. Así, la evocación del significado del texto requiere una selección del reservorio de pensamiento y sentimiento. 'Atención selectiva' es el nombre escogido por William James para esta aceptación de algunos elementos en el centro de la atención y la relegación de otros a la periferia de la conciencia”. 


La atención selectiva del lector conduce a la adopción, consciente o inconsciente, de dos posturas diferentes frente al texto, la estética y la eferente. Cuando el lector adopta la primera permanece absorto en lo que piensa y siente, en lo que vive a través y durante el acto de lectura. En la postura eferente, en cambio, la atención del lector está centrada en lo que “se lleva”, en lo que retiene después de leer un texto. Rosenblatt advierte, sin embargo, que ambas posturas constituyen los extremos de un continuum y que la adopción de una de ellas, en forma predominante, no excluye la posibilidad de pasar a la otra durante la lectura de un mismo texto. 


En tercer lugar, es importante tomar en cuenta lo que Rosenblatt denomina el “problema de la intención”, es decir, “el problema de la relación entre la interpretación del lector y la probable intención del autor”, creado por el hecho de que “no hay un significado absolutamente correcto en el texto”. Sin embargo, esto no implica un completo relativismo, sino tan sólo la posibilidad de admitir interpretaciones alternativas sobre la base de criterios de validez compartidos. Rosenblatt enfatiza la necesidad de “hacer explicitas las suposiciones subyacentes” lo cual “proporciona la base no sólo para el acuerdo sino también para comprender las fuentes tácitas de desacuerdo” respecto de la interpretación. 


Estos tres puntos están señalando aspectos vitales del proceso de lectura y de la relación profesor-alumno, que han sido descuidados o ignorados hasta ahora, y que de tomarse en cuenta podrían, quizá, producir cambios fundamentales tanto en la labor académica de los profesores como en la de los estudiantes. 


Con relación al segundo punto, hay dos elementos a destacar como importantes y que, además, se vinculan directamente con la lectura. El primero es el que se refiere al peso que tienen los factores sociales y personales en el proceso de transacción. Estos últimos, en especial, difícilmente son tomados en cuenta cuando se trata de evaluar el comportamiento del estudiante frente a la lectura, mucho menos aún, cuando se trata de evaluar cómo se comporta en general en cuanto a su desempeño académico. Evaluar se torna aquí en el sentido de hacer un juicio en relación con el progreso o no en el aprendizaje del alumno. 


La creación de un clima de comprensión, aceptación y estímulo en las aulas universitarias podría contribuir a elevar el rendimiento estudiantil. En todo caso, los profesores de educación no tendrían que desestimar la importancia de las relaciones humanas para efectuar un trabajo de conjunto, que eso es, después de todo, lo que significa una cátedra. 


En la lectura, hay que tener presente el papel esencial que juegan en la transacción los aspectos “afectivos, imaginativos y asociativos” del lector para comprender la reacción de éste frente al texto, de ese modo se estará en condiciones de ayudar al estudiante a trabajar sobre su respuesta para afianzarla, cuestionarla o transformarla en algo nuevo. 


Otro elemento sobre el cual es necesario llamar la atención es el que tiene que ver con la adopción, por parte del lector, de una postura eferente o estética. Es cierto que el estudio, en el ámbito universitario, exige un predominio de la postura eferente frente al texto, pero eso no implica que sea la única a tomar en cuenta. Un informe científico también puede hacer “sentir” cuando deslumbra con la lógica de su razonamiento o desafía con la audacia de sus hipótesis. Sin embargo, raras veces los profesores dan cabida a la postura estética cuando comentan el trabajo de un autor con los alumnos. Si se demuestra a los estudiantes que además de centrar la atención en lo que se quiere “llevar después” también se puede centrarla en lo que se “siente” y se “vive” mientras se lee, tal vez se los ayudaría a reflexionar sobre qué es en verdad esa actividad compleja y misteriosa que se llama “leer”. 


Es crucial tomar en cuenta el “problema de la intención” en la teoría de Louise Rosenblatt, porque en él radican, quizás, muchas de las dificultades que surgen en el área de la lectura. 


Es muy difícil para los profesores, acostumbrarse a no rechazar de plano las interpretaciones alternativas que no coinciden con la que se considera “correcta” y a tratar, en cambio, de analizar hasta qué punto pueden satisfacer ciertos criterios mínimos de validez o, lo que es aún más importante, tratar de descubrir cuáles son las fuentes del error. 


Desde el punto de vista docente, antes que la interpretación en sí, debería cobrar relevancia el proceso por el cual el lector ha llegado a la misma. Comprender ese proceso y hacérselo comprender al alumno para que él pueda rectificar lo que interpretó, a sabiendas de cómo y por qué lo ha hecho, debería ser la meta de la función académica. 







Tomado de:
DUBOIS, M. Eugenia: "Las teorías sobre la lectura y la educación superior" En: Revista Lectura y Vida n°3, FAHCE,UNLP. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen resumen de las posturas, lástima que en las aulas es inevitable que predomine la eferente porque ya que lean es un tema.